El miedo al rechazo social es causa de desordenes mentales.

Rechazo social

Está comprobado que el rechazo social y el miedo a recibirlo es una de las causas de desórdenes y enfermedades mentales. Actúa sobre nosotros aprovechando las contradicciones internas.

Existe una contradicción, aunque no antagónica, entre el individuo y la sociedad. Entre el carácter social del hombre y su dimensión individual. El hombre es un ser social por naturaleza. No se puede entender al ser humano fuera de la sociedad en la que vive y de unas condiciones históricamente dadas. No se comportaban igual los hombres en la edad media que en el siglo XXI. Por otro lado, como se suele decir, cada uno de nosotros somos hijos de nuestra madre y de nuestro padre. No somos iguales, ni física, ni psicológicamente. Las particularidades individuales, con frecuencia, no son atendidas por el entorno social. Lo cual, puede producir desarreglos mentales y emocionales.

Lo podemos ver en algunos personajes históricos. Juana “La Loca”. La hija de los reyes católicos y a la postre reina no reinante de España. ¿Estaba loca o era una moneda de cambio para el poder? Se supone que los dos hombres más importantes de su vida, su padre, Fernando el Católico, y su marido, Felipe el Hermoso, la utilizaban para hacerse con la corona de Castilla. Algo, que aquella mujer nunca llegó a gestionar.

Con frecuencia, las personas buscan el reconocimiento social. En la familia, en el trabajo, en los amigos. Se esfuerzan para intentar que los demás aprecien sus méritos. Esto les condiciona su forma de actuar y sus pensamientos.

En otras ocasiones, nos vemos influidos por la necesidad de pertenencia a un grupo. Actuamos de determinada manera para ser aceptados por una colectividad, por una clase social, por un grupo de personas. Siguiendo normas que han sido preestablecidas. El rechazo o la no aceptación es motivo de frustración, cuando no de irritación.

Está claro que el individuo necesita verse integrado en la colectividad. Pero esa integración debe darse de forma natural, no forzada. De lo contrario, puede pasar factura.

Enfermedades causadas por el rechazo social.

Dice la O.M.S. (Organización Mundial de la Salud) que una de cada 4 personas padecerá alguna enfermedad mental a lo largo de su vida. En algunas de estas enfermedades mentales influye el entorno social.

En una de las enfermedades mentales más graves y más habituales, la depresión, el entorno social es un factor condicionante. La comunidad médica establece que la depresión es una enfermedad multicausal. Es decir, es fruto de la combinación de diferentes factores entre los que están factores genéticos, biológicos y ambientales. En muchos casos, un acontecimiento determinado puede actuar como desencadenante de la enfermedad. Puede ser una experiencia traumática mal gestionada o una situación de estrés prolongada.

La fobia social, uno de los trastornos de ansiedad, viene determinado por la concepción que tiene la persona frente a un hipotético rechazo social. El enfermo evita verse rodeado por la multitud por temor a sentirse rechazado o prejuzgado. No quiere relacionarse en público, porque percibe la vida pública como un ambiente hostil. Lo cual le provoca auténtico pánico a realizar acciones que para la mayoría de nosotros nos resulta normales, como pasear por una calle comercial o coger el transporte público.

El trastorno de la personalidad por evitación es otra enfermedad mental que está influida por el miedo al rechazo social. La persona evita determinadas situaciones que impliquen riesgo a ser rechazados o juzgados. Estos sujetos piensan que el resto de las personas les están juzgando o criticando continuamente por su aspecto o por sus acciones, lo que les lleva a ser unos individuos solitarios y esquivos. Personas que evitan, todo lo que pueden, el contacto social.

Nosotros somos nuestros principales censores.

Aunque los prejuicios y los condicionamientos sociales existen, cuando más daño nos hace, es cuando nosotros los asumimos internamente. Cuando nos autorreprimimos.

Freud ya hablaba de la auto-represión de los impulsos a través de la compleja interrelación entre el ello, el yo y el superyó, los tres niveles de conciencia. A un nivel básico, para que se entienda, el ello hace referencia a nuestros impulsos y deseos; mientras que el superyó son el conjunto de creencias y valores que hemos asumido como propias y que representan nuestro ideal. Con frecuencia, el ello y el superyó entran en contradicción, interviniendo el yo como mediador entre ambos.

El seguidor de Sigmund Freud, el psicoanalista suizo Carl Jung desarrolla el concepto del Ego. El Ego es plenamente consciente, mientras que el ello y el superyó son inconscientes. El Ego se preocupa del placer, mientras que el ello y el superyó están determinados por lo socialmente aceptable.

La mayoría de las veces las normas sociales actúan sobre nosotros de manera interna. Las hemos asumido porque las consideramos razonables o por miedo a las represalias, pero forman parte de nuestro esquema mental. Cuando somos reprimidos por la autoridad, porque hemos incumplido una norma, lo percibimos como una agresión externa. Mientras que si somos nosotros los que autorreprimimos un impulso, nos crea una dicotomía moral o mental.

Detrás de las dos acciones puede funcionar la misma norma, solo que en el segundo caso adquiere una dimensión interna.

Las personas estamos plagadas de barreras mentales limitadoras. La mayoría de ellas tienen su base en los condicionantes sociales. En los cánones establecidos por la sociedad. En las condiciones para ser aceptados o ser bien vistos por la colectividad. Esto nos lleva a sufrir complejos, a dejarnos llevar por prejuicios y a padecer niveles bajos de autoestima.

El estigma redimensiona los problemas.

El portal de ciencia de la Universidad de La Laguna, en Tenerife, afirma que la discriminación y el rechazo social agravan los problemas mentales.

Una persona que sufre algún trastorno mental o psicológico se topa a menudo con la incomprensión del entorno, lo que hace que su problema se agudice.

Este rechazo viene causado por prejuicios preconcebidos y por una evidente falta de información respecto a la enfermedad. Que hace que la persona no se sienta integrada y se vea cada vez más aislada con su problema.

La sociedad está programada para rechazar lo diferente. Estamos regidos por leyes, escritas o no escritas, que establecen cómo actuar ante supuestos tipificados. Cuando una situación real se escapa de estos supuestos, tendemos a rechazarla.

La realidad es más compleja que las leyes y las normas morales. Para interpretarla, entenderla y abordarla requiere, en ocasiones, un esfuerzo extraordinario. Un esfuerzo al que la sociedad y algunos individuos, que se sienten con poder con respecto a otras personas, no están dispuestos a realizar.

Es más sencillo funcionar con correlaciones directas, ante un supuesto, una respuesta; que tratar las particularidades.

Por otro lado, en la sociedad capitalista en la que vivimos todo está condicionado por la producción. Atendemos a las personas enfermas para que se puedan curar pronto y continúen produciendo. Sabemos que una pierna rota tiene un periodo de convalecencia de entre 4 y 6 meses. Cuando pase ese tiempo, el lesionado podrá volver a llevar una vida normal y regresará a su puesto de trabajo.

En las enfermedades mentales el tiempo es más relativo. Lo controlamos menos. El funcionamiento del cerebro es un área que no domina tanto la medicina. Esto hace que las personas con problemas mentales sean vistas, por algunos, como una carga.

Buscar entonos saludables.

Quien se va a recuperar de un trastorno mental o psicológico es la persona que lo sufre. En muchos casos, para poder abordarlo necesitamos ayuda profesional, pero el esfuerzo individual es determinante.

Los psicólogos de Terapia Psi, un gabinete de psicología y psicoterapia de Barcelona, opinan que para superar los trastornos psicológicos es fundamental conocerse a sí mismo y aceptarnos tal y como somos. Abordando, desde ahí, la relación con los demás.

Hemos visto que el entorno social puede condicionar nuestra salud mental, pero nosotros también podemos seleccionar ese entorno.

Hay entornos saludables que nos ayudan a salir de los problemas, mientras que otros nos resultan dañinos, en cuanto a que los percibimos como un ambiente hostil.

Con las personas con las que nos podemos relacionar, unas nos aportan energía, mientras que otros la aplacan o la consumen.

No significa que las personas que nos benefician nos vayan a resolver los problemas. Simplemente, no nos juzgan, nos aceptan tal y como somos y nos ofrecen actividades o campos en los que podemos desarrollar aspectos de nuestra personalidad.

Mientras que las personas dañinas nos censuran, nos reprimen, nos atacan o nos hacen luz de gas.

En cuanto a nuestro ámbito más personal, los amigos, uno puede elegir las personas con las que se relaciona. Mientras que ambientes más forzados, como puede ser el trabajo o el centro de estudio, nuestro margen de maniobra es menor. Aun así, ahí podemos elegir las personas con las que más nos relacionamos y poner límites y condiciones con aquellas otras personas con las que no nos sentimos cómodos.

Aislarse nunca es una buena medida para superar un trastorno psicológico. La integración en el colectivo se debe dar de una manera natural y que resulte beneficiosa para nosotros.

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